Gracias por las sanciones

Con liderazgo y respaldo popular, México transforma cada amenaza en una oportunidad estratégica para construir soberanía en un mundo multipolar. Comparto el más reciente artículo publicado hoy en El Soberano.

Durante la sesión plenaria del XVIII Encuentro Anual del Club Valdai en Sochi, el 21 de octubre de 2021, Vladimir Putin afirmó explícitamente: “Gracias a los europeos por las sanciones agrícolas. Gracias por las sanciones en general. Nosotros introdujimos contramedidas relacionadas con la agricultura, invertimos los recursos apropiados, no solo en la agricultura, sino también en lo que llaman sustitución de importaciones en la industria. Y debo decir que el efecto ha sido bueno. Al principio sentí algo de inquietud, pero el efecto en general es muy bueno”. Estas declaraciones son una respuesta a las sanciones impuestas desde 2014 por la anexión de Crimea que llevaron a que Rusia estableciera restricciones a la importación de productos alimentarios de la Unión Europea, y que para 2019 ya les había representado pérdidas económicas acumuladas de 240,000 millones de dólares a los países comunitarios.[1]

Lo anterior demuestra la ineficacia de las sanciones: son contraproducentes cuando se aplican a una potencia,[2] y en otros casos, como los embargos a Cuba, Venezuela y Corea del Norte, solamente afectan a las personas más pobres de estos países. Hoy Rusia sostiene una balanza de pagos agroalimentaria positiva gracias al aumento en la producción de cereales y oleaginosas, la diversificación hacia productos cárnicos y lácteos, y la expansión de sus destinos de exportación más allá de las exrepúblicas soviéticas. Esta política de sustitución estratégica permitió estrechar relaciones diplomáticas con países como China, Turquía, Irán, Egipto, y otros que hoy dependen de los alimentos rusos. Una magistral lección de diplomacia y geopolítica de la que México puede aprender, para aliviar las tensiones derivadas de consolidar su autonomía estratégica de los Estados Unidos.

La alta concentración de nuestras exportaciones en el mercado estadounidense, lejos de ser una ventaja estructural, se ha convertido en una vulnerabilidad latente. Lo demostró Trump con sus amenazas arancelarias en 2019, se confirmó con la Declaración de Norteamérica tras la X Cumbre de Líderes en CDMX en 2023,[3] y volvió a quedar claro este año: una simple declaración de Trump bastó para sacudir industrias y cadenas de valor.

El Plan México, presentado en enero, anticipaba los aranceles a las manufacturas, buscando posicionar al país como potencia industrial con los Polos de Desarrollo Económico para el Bienestar y en un centro de conectividad logística multimodal con el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec. Sin embargo, no previó que el siguiente golpe vendría para el campo. La imposición del arancel al jitomate exhibe otra dimensión de vulnerabilidad: la agroalimentaria. Lo que nos obliga a abrir nuevos mercados para nuestros productos, promover el comercio justo y a la diversificación hacia cultivos más resilientes al cambio climático.

A las presiones arancelarias se suman ahora dos amenazas adicionales: las propuestas de intervención directa en México bajo el disfraz de “operativos antidrogas y combate al terrorismo” —alentadas por congresistas estadounidenses, medios conservadores y por algunos compatriotas que han renunciado a la lucha por nuestra soberanía—, y las políticas de deportación, criminalización y negación de derechos a millones de migrantes mexicanos, usados como rehenes políticos y botín electoral por grupos supremacistas. Estas formas de coerción —económica, militar y humanitaria— son síntomas de una relación asimétrica que México no puede seguir administrando, es necesario reequilibrarla con dignidad y soberanía, superando las políticas entreguistas y de sumisión del período neoliberal.

México enfrenta un trilema que no se resolverá con recetas de mercado: la reindustrialización para apoyar el Plan México al tiempo que se avanza en la transición energética y la ampliación de las clases medias con los programas de justicia social capaces de revertir desigualdades históricas. Para lograrlo se necesita liderazgo estatal y recuperar margen de maniobra frente a las potencias, fortalecer los vínculos con las naciones emergentes y proteger los pilares de la soberanía: alimentos, energía, salud, tecnología. Pero acercarse a China exige una diplomacia audaz, silenciosa y precisa. México debe desarrollar una política exterior de equilibrios, sin caer en la subordinación ni en la provocación. Se trata de construir relaciones multilaterales con inteligencia geoeconómica y neutralidad activa,[4] gestionando relaciones asimétricas, evitando confrontaciones directas y apostando por la prosperidad compartida, que une al pueblo en apoyo al Gobierno de la República: nuestro mejor blindaje contra intervenciones y revoluciones de colores.[5]

Las sanciones no destruyeron a Rusia, la fortalecieron. México también puede convertir cada amenaza en una oportunidad. Con visión, dignidad y unidad, podemos trazar un camino propio. La soberanía no es un sueño, es una posibilidad concreta que se construye día a día con audaces y valientes decisiones estratégicas.


[1] Zamora, A. (2023). De Ucrania al Mar de la China. Editorial Akal

[2] Una potencia geopolítica se caracteriza por su capacidad de influir globalmente mediante un poder económico, militar, tecnológico y diplomático significativo, proyectando autoridad y moldeando dinámicas internacionales.

[3] Por las buenas o por las malas

[4] Los principios de la diplomacia mexicana —autodeterminación, no intervención, solución pacífica de controversias, igualdad jurídica, cooperación para el desarrollo, derechos humanos, y paz y seguridad— constituyen un marco coherente que posiciona a México como un actor global comprometido con la neutralidad activa.

[5] De la Revolución de las Rosas a la Marea Rosa: los riesgos del activismo de colores

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