El documental El planeta de los humanos denuncia a Fundaciones y ONG defensoras del medio ambiente, junto a reporteros, activistas y académicos que les sirven de comparsas, por los oscuros vínculos que mantienen con el capitalismo verde. Parques eólicos y granjas solares insostenibles son abandonadas y bosques enteros quedan devastados para alimentar plantas de biocombustibles, lo que nos muestra el lado sucio de las energías limpias. Con esta mirada crítica propongo analizar al fanatismo progresista, fenómeno que se apropia de movimientos sociales estableciendo un discurso de vanguardia intelectual.
Identificamos una diversidad de voces en las redes socio-digitales que imponen una única forma de expresarse contra la discriminación, la violencia y desigualdad sin trastocar las estructuras de poder, construyendo así una oposición escandalosa, pero controlada. Jóvenes con deseos de cambio exigiendo leyes, prohibiciones y regulaciones en marchas en las que parecen grupos de choque o reaccionarios más que personas afines a las nobles causas que dicen defender, pero a diferencia de los regímenes fascistas advertimos un fenómeno global donde no existen personajes visibles que lideren estos movimientos.
En sincronía con estas demostraciones públicas operan grandes medios de comunicación y las redes sociales. Un ejemplo de cómo se impone el pensamiento único es la carta de renuncia de Bari Weiss, directora de opinión del New York Times en 2020,[1] donde acusa haber sido censurada y acosada por publicar opiniones que disentían del “nuevo consenso” impuesto desde Twitter a quien califica como el “Editor en Jefe del NYT”. Con esto debe preocuparnos entender qué organizaciones tienen la capacidad financiera de manipular el algoritmo e influir así en medios como este.
Un caso evidente es el debate en torno al uso neutro del lenguaje, donde observamos un blanqueamiento de la teoría de género dejando fuera a las minorías precarizadas. Se radicalizan las posturas de quienes adoptan el lenguaje inclusivo contra quienes la ven como una simulación de corrección política. De manera similar opera el ecologismo catastrofista que, en lugar de indignarse por el exorbitante consumo de energía de los multimillonarios y los países del norte, obliga a países en desarrollo a renovar su matriz energética endeudándose con la compra tecnología “verde” perpetuando los patrones de dominio colonial.
El gran capital ha capturado corrientes de avanzada en el pasado, recordemos que en 1929 la industria tabacalera se apoderó del feminismo de primera generación con la campaña “Antorchas de Libertad”,[2] presentando los cigarrillos como símbolo de libertad y emancipación femenina. El impacto global fue tal que una tía abuela mía en Monterrey abrazó el tabaquismo antes de tomar los hábitos religiosos una década después; el chiste se cuenta solo.
La discusión del lenguaje inclusivo ha servido de cortina de humo para encubrir la crisis civilizatoria que enfrentamos. La higiene verbal, por ejemplo, nos llevaría a renombrar como fenómeno del “niñe” a la fluctuación de las temperaturas del Océano Pacífico ecuatorial ENOS[3] pero no a establecer medidas para mitigar los efectos de la crisis climática.
Enfocarnos en la ampliación de derechos individuales hiper-identitarios oculta las relaciones de poder existentes, lo que obliga a cuestionarnos a quién beneficia la fractura de nuestra voluntad colectiva de debatir y contrastar puntos de vista para construir un modelo de desarrollo sostenible y más justo. Parafraseando a Bertolt Brecht, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el fanatismo progresista que se condena si no se dice nada contra las fundaciones y ONG que lo financian?
[1] https://billieparkernoticias.com/renuncia-directora-de-opinion-editorial-del-new-york-times-por-bullying-y-censura/
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Antorchas_de_la_libertad
[3] El Niño/Oscilación del Sur