Guerra o paz

Conforme el conflicto armado en Ucrania se prolonga hemos constatado las dimensiones del poder real que tiene Rusia y, de forma paralela, hemos visto cómo se desmonta la sofisticada escenografía del orden postcolonial en donde se hacía resaltar a las naciones europeas por encima de aquellas que les suministran recursos naturales y mano de obra barata para prosperar y sostener su estilo de vida. Tal es el caso de Alemania cuyo superávit comercial ha caído estrepitosamente al no contar con las entregas de gas por parte de Rusia[1], a la vez que se ha venido abajo el mito del liderazgo europeo en su transición hacia las energías verdes al tener que recurrir a las plantas de carbón[2] durante una de las peores olas de calor registradas en su historia[3] y las cuales habían prometido abandonar.

El espiral inflacionario que derivó del alza en los combustibles y de la escasez de alimentos ha hecho tambalear a muchos gobiernos evidenciando la fragilidad de la economía de mercado[4]. Ante las protestas de agricultores por la falta de fertilizantes[5] y por las alzas de precios minoristas, Alemania y Francia buscan aprobar las iniciativas para alcanzar su soberanía energética[6], acción que se está replicando por otros gobiernos anunciando lo que parece ser una nueva era de proteccionismo nacionalista y de realineación geopolítica[7].

Esta posible nueva era me recuerda a la fascinación y el temor de la nobleza rusa hacia Napoleón Bonaparte que fueron inmortalizados por León Tolstói en su novela Guerra y Paz, en donde transcribe las primeras palabras del Manifiesto con el que el Zar Alejandro I anunció la adhesión de Rusia a la Tercera Coalición para detener el avance del ejército francés[8]: «…y como el deseo y objetivo único y seguro del emperador es instaurar la paz en Europa sobre unas bases sólidas, ha decidido enviar una parte del ejército al extranjero y hacer nuevos esfuerzos para alcanzar esta meta…». Y fue así como procedió el «Emperador de Todas las Rusias» sin anticipar la humillante derrota que sufriría su ejército en Austerlitz en 1805, ni la posterior invasión de 1812 que llevaría a la Grande Armée a ocupar Moscú; por su lado, Bonaparte tampoco anticipó su fatídica retirada del territorio ruso en el invierno de ese mismo año.

EEUU, con su poder hegemónico, –definido como la capacidad de ejercer de manera absoluta su voluntad sobre los demás países utilizando fuerza militar, poderío tecnológico, económico, diplomacia y servicios de inteligencia[9]– obliga a la Unión Europea a imponer sanciones a Rusia que les han resultado contraproducentes para su economías, sus ciudadanos, sus gobiernos y el medio ambiente pareciéndose en mucho a las consecuencias que no anticiparon aquellos emperadores del Siglo XIX, con la salvedad que ahora no solo está en juego el dominio del sistema continental, sino los fundamentos del modelo capitalista y el futuro de la vida como la conocemos.

En su libro El capitalismo en la trama de la vida[10], Jason W. Moore sostiene que las fuentes de la actual turbulencia global tienen una causa común: el agotamiento del capitalismo como forma de organizar la naturaleza, incluida la naturaleza humana. Si la legendaria productividad alemana que la convirtió en potencia exportadora y pilar de la economía mundial por 30 años se viene abajo con el hecho de que un solo insumo, el abundante y barato gas ruso desaparezca de la ecuación, ¿buscarán las potencias occidentales restablecer su ventaja competitiva con un cambio de régimen en Rusia? Lo ha dicho ya en dos ocasiones el presidente Biden[11], así lo hicieron con Mossadegh en Irán (1953)[12], con Sukarno en Indonesia 1965)[13], con Husein en Irak (2003)[14] y con Gadafi en Libia (2011)[15]. Antes de hundirnos en la barbarie y considerando el arsenal nuclear de Rusia, ¿lograremos reorganizar la economía global de una forma más equilibrada y justa que incluya en el modelo la prosperidad de todos los pueblos y la vida en el planeta? Es una cuestión de vida o muerte, de guerra o paz.

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