Vivir en condominio desde hace casi 25 años y participar en la comunidad educativa en donde se formaron mis hijos son las mejores experiencias que tenemos en la familia sobre qué es hacer y vivir en comunidad. Colaborar en estructuras no jerárquicas de rotación de responsabilidades y participación voluntaria demanda tiempo y compromisos personales. En agradecimiento, los vecinos otorgan a quienes hemos velado por la comunidad un prestigio social, mismo que utilizamos ocasionalmente para intervenir en los procesos de deliberación comunitaria cuando a nuestro parecer nos desviamos de los valores y principios con los que hemos vivido. Cuando esto ocurre, concluyen mis hijos, se activa en nuestro condominio el Estado profundo: la noción de que existe un Estado paralelo al elegido de manera democrática que conspira para proteger los intereses de una élite.
Denunciar las conspiraciones del Estado profundo es problemático. Quienes lo hacen suelen ser etiquetados como teóricos de la conspiración, ya que es más conveniente hablar de teorías de la conspiración que hacerlo de las conspiraciones reales: esas que ocurren ante nuestros ojos y que por su crudeza resulta desalentador sentirse indefenso ante ellas. Quienes creen en estas teorías buscan satisfacer su deseo de conocer la verdad, sentirse seguros bajo el control de alguien más o, simplemente, desarrollar un sentimiento de pertenencia. Son personas que carecen de narrativas satisfactorias para entender su creciente marginalidad, impotencia y falta de voluntad, así como de la falta de espacios de colaboración que les permita cambiar su situación de vida. La consecuencia más grave de lo anterior es el hecho de que cada vez más ciudadanos ya no exigen sus derechos y libertades, ahora se conforman solamente con que se les respeten sus creencias[1].
Tachado como teórico de la conspiración durante décadas por delatar los crímenes del imperio americano desde Vietnam a El Salvador, así como por mostrar la otra cara de las personas que EE. UU. declara el enemigo desde Yaser Araffat hasta Edward Snowden, Oliver Stone ha trabajado para evidenciar el fenómeno de causalidad entre conspiraciones reales y las falsas teorías de la conspiración (en adelante, falsa teoría). En su reciente documental JFK Revisited (2021) no deja lugar a dudas que el asesinato del Presidente Kennedy fue una operación de Estado. A la vez demuestra que el dictamen de la Comisión Warren, la versión oficial del Asesino Solitario, resultó ser una falsa teoría. Es el mismo caso de los ataques del 11 de septiembre, una conspiración real que generó la falsa teoría de que los ataques fueron autoinfligidos. En el sentido inverso la falsa teoría de las armas de destrucción masiva detonó la invasión a Irak, una conspiración real que ocurrió frente a nuestras narices. Ahora que suenan los tambores de guerra en Ucrania podemos hacer un análisis de causalidad para entender qué tipo de conspiración enfrentamos.
¿Son similares las intervenciones del Estado profundo en EE. UU. a la de vecinos interesados en el devenir de su fraccionamiento? La pregunta no es ociosa porque sí aún en la más cercana de nuestras unidades de autogestión, que no está sujeta a operaciones psicológicas de manipulación[2] y con los vínculos de confianza y amistad que nos da la convivencia surgen teorías de la conspiración, ¿qué podemos esperar de la sociedad en su conjunto?
Pero una pregunta más pertinente sería, ¿cómo atraer a la ciudadanía para fortalecer la vida comunitaria y a la vez restar adeptos a las teorías de la conspiración? Debemos y podemos construir un legítimo Estado profundo, incorporando cada vez a más actores comprometidos con su comunidad, ese sería un magnífico legado a las siguientes generaciones.
Conspiracy: Theory and Practice
The Eagle, the Condor, and Exodus: New Directions in Political Theater and Border Spectacle