El pasado 26 de febrero se convocó a ciertos sectores de la población para llenar el Zócalo capitalino vestidos de color rosa a “defender” al INE. La manifestación cumplió con todas las formas de las revueltas golpistas financiadas y organizadas por los EE. UU., mejor conocidas como las “revoluciones de colores”, que tienen como objetivo desestabilizar países cuyos gobiernos no se alinean a su visión de la organización económica, política y militar del mundo.
Las “revoluciones de colores” iniciaron en la exrepública soviética de Georgia en 2003, cuando en una protesta la población tomó el parlamento y forzó la dimisión del presidente Eduard Chevardnadzé. En elecciones anticipadas el joven reformista prooccidental educado en Harvard, Mijail Saakashvili, se proclamó vencedor con más del 85% de los votos. Una “hazaña” que logró con la asesoría de veteranos de la revolución de terciopelo de Serbia, el apoyo político del senador John McCain y las contribuciones financieras de la Open Society Foundations del filántropo George Soros, cuyo delegado en Georgia, «Kakha» Lomaia, ocupó el cargo de ministro de Educación y Ciencia del gobierno recién formado. Así lo narra Manon Loizeau en el documental Estados Unidos a la conquista del este[1], en donde revela cómo se replicaron los movimientos injerencistas en Ucrania y Kirguistán siguiendo al pie de la letra el manual De la dictadura a la democracia de Gene Sharp. «Permanecer invisibles mientras se organizan, escoger un símbolo y un color que les identifique. Esperar el momento indicado e invitar a la movilización para crear un conflicto no violento estratégico”. Sin embargo, como revela el documental, en paralelo a la movilización de masas, reclutan grupos de choque que reciben entrenamiento con las técnicas del exmilitar norteamericano Robert Helvey para provocar violencia y completar la desestabilización política.
Con la Primavera Árabe fuimos testigos de cómo se incorporó el uso de las plataformas de redes sociales ―en particular Twitter― para catalizar la violencia y desestabilizar en cascada a los gobiernos de Túnez, Egipto, Marruecos, Libia, Siria, Yemen, Argelia y Jordania. En Latinoamérica vivimos una variante de estos golpes de estado blandos que combina los elementos anteriores con una guerra mediática y una guerra judicial como fueron los casos de Brasil y Bolivia[2].
A diferencia de la Guerra Fría, la CIA no encabeza los golpes de Estado; ahora aparece un personaje ajeno al ámbito político que se hace pasar por el representante de la sociedad civil, acompañado de figuras mediáticas, líderes de opinión, académicos, influencers y personalidades del poder judicial que posan sin recato junto a sus patrocinadores[3]; la NED, la USAID, la OSF y sus múltiples ONGs que el ex consejero presidente del INE, Lorenzo Córdova, visitó durante su gira de despedida ―en dónde más― que en Washington.
Quienes se suman a estos movimientos para promover cambios desde el exterior, como la llamada Marea Rosa, parecen no calibrar el peligro para la paz social que implica desorganizar al poder con un discurso de odio en contra de grupos mayoritarios de la sociedad mexicana. Me pregunto cuántos de quienes se fueron a asolear se cuestionaron si era necesaria tal demostración de desprecio clasista cuando boicotearon con su pasividad e indiferencia la consulta de Revocación de Mandato del 10 de abril de 2022[4]. Un ejercicio democrático, institucional y civilizado que también fue obstaculizado por el INE de Edmundo Jacobo, ese que no se toca y que salieron a defender.
Tengo mis reservas si han reflexionado sobre la posibilidad real de que su lucha escale hasta el nivel de los lamentables escenarios que vemos hoy en Ucrania, Siria, Libia o Yemen, países en donde la situación se salió de control, pero que empezó igual que aquí: con organizaciones no gubernamentales financiadas por EE. UU. que vendieron el discurso de la falta de “garantías democráticas” a una parte de la sociedad y junto con los medios hegemónicos apoyan el derrocamiento de sus gobiernos.
Tampoco me queda claro si caen en cuenta que con la imagen para la que posaron en el Zócalo fueron muy útiles a los fines de una más de estas revoluciones de colores que por 20 años se han ubicado al centro de las estrategias de intervención silenciosa que EE. UU. utiliza para promover cambios de régimen para su propio beneficio[5], y si también acudirán tan entusiastas, pulcros y puntuales a las siguientes citas cuando escale la violencia para arrebatar el poder político que no puedan conquistar en las urnas.
Estados Unidos a la Conquista del Este, Dir. Manon Loizeau
El lawfare combina estrategias jurídicas ilegítimas con estrategias mediáticas para destruir, a ojos de la opinión pública, al rival político. ARANTXA TIRADO
Reportaje de Aníbal García de Contralínea, Febrero 2022 p41-43: “EEUU sigue financiando a opositores del gobierno de AMLO”
Sobre este fenómeno de los apáticos “Demócratas Abstencionistas” del ejercicio de Revocación de Mandato hablé en mi artículo del año pasado Exprésate porque otros no pueden – El Soberano
El recurso de última instancia que han utilizado los EEUU es la intervención directa, como en Irak con el pretexto de las armas de destrucción masiva y el de Afganistán con la excusa de ir a perseguir a Osama Bin Laden. Este escenario podría ocurrir en México con el pretexto de darle la categoría de terroristas a los cárteles de la droga.